sábado, octubre 08, 2005

Alí

Ali tiene una aventura que contar que empieza dos años atrás. Ha cruzado cinco países y cerca de diez mil kilómetros han dejado su huella en sus pies y su alma. Su mirada delata una vida vivida a lomos de un sueño al que se abrazaba mientras el miedo y el dolor eran los únicos platos asegurados cada día. Ali dice que en su viaje ha sentido la presencia del buen dios. Por eso no necesita contar sus penurias, aunque sus ojos no puedan callarlas. Ahora espera a las puertas del paraíso, con las manos ensangrentadas, con la esperanza de que este sea el último día y mañana sea el primero, la esperanza de que las cosas sean como deberían ser.

Pero nadie puede decirle sin acongojarse que no hay recompensa a tanto sacrificio, y que él no es Alí, sino una hormiga más en un mundo de gigantes. No si le miras a los ojos mientras te cuenta su historia.

Alí es una persona más de las muchas (demasiadas, en demasiados sitios, hasta en la puerta de nuestra casa) para las que justicia se reduce a una oportunidad, para las que injusticia es el mundo que otros han creado a su costa. Y es que desfavorecidos son todos aquellos que nunca han recibido un favor.

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