El gusanito de la tristeza hace de las suyas, y me despierta con nuevos caminitos que recorren mis huesos. A veces estos caminitos, pequellos agujeritos como los de las termitas en la madera, se tapan solos. Otras veces se hacen grandes y tardan mucho en taparse. Y en otras ocasiones no se tapan nunca.
Nunca se sabe cuando el gusanito de la tristeza hará de las suyas, aunque después de suficiente tiempo con él se puede intuir cuando está preparándose para entrar en acción. Tampoco es fácil saber cuando se va a cansar de avanzar y se parará a echar una siesta en un rinconcito durante un tiempo indefinido a la espera de volver a despertar.
A veces no te das cuenta por que, y otras veces sí, pero siempre suele haber alguna razón que despierta al gusanito de la tristeza, o como en este caso, muchas pequeñas razones que se acumulan sobre una razón más grande.
Por todos es sabido que la mejor forma de actuar ante su lento avance es realizar baños de alegría, y masajear la zona afectada con aceites de ilusión. En casos extremos no se descarta la aplicación regular de dosis de collejas, controladas, pero severas (siempre que sean acompañadas de cariño).
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