He visto muchos, pero este con diferencia es el más alucinante. Seguid las instrucciones, miradlo sin más y luego fijad mucho la vista en el cruz. Esperad y vereis lo que ocurre.
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Esta semana es el concurso de fuegos artíficiales en Tarragona. Es una maravilla ver el cielo incendiarse en mil colores mientras que el estruendo te hace palpitar. Y los reflejos en el mar eternizan esa magia que dan ganas de tocar, aún a riesgo de hacerla desaparecer, o lo que es peor, del dolor que nos causaría en la cercanía.
Me fascinan los fuegos artificiales. Por su belleza inesperada, por que por un instante hacen sombra a las estrellas, porque con su brutalidad conectan con las visceras al tiempo que emocionan con sus estallidos de color. Cada carcasa contiene una promesa que explota en el cielo y parece regar la tierra con sueños e ilusión. Cada palmera dorada parece el sereno abrazo lloroso de emoción, quizás un amor incondicional, un lugar al que llegar. Cada figura es una golosina para un niño que nunca antes creyó que se pudiese dibujar en el cielo, y un guiño a su sonrisa asombrada.
Y el final desmedido es la imagen de que esta vida merece la pena aunque solo sea por esos momentos en los que los sentimientos son tan apabullantes que parece que nos vayan a estallar en el pecho llenando el mundo de cosas hermosas. Con una traca estruendosa que hace que por un instante vuelva a amanecer en plena noche para recordarnos que somos una breve chispa en la historia, una gota en el océano, y que no hay nada eterno, ni dolor, ni placer, ni promesa, pero que siempre podemos elegir que castillo queremos hacer con nuestros fuegos artificiales.
Ahora se puede decir que ha empezado el verano. Mi verano menos verano de todos.
PD: Si hay suerte y sale alguna foto buena ya la colgaré ;-)
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Esta semana es el concurso de fuegos artíficiales en Tarragona. Es una maravilla ver el cielo incendiarse en mil colores mientras que el estruendo te hace palpitar. Y los reflejos en el mar eternizan esa magia que dan ganas de tocar, aún a riesgo de hacerla desaparecer, o lo que es peor, del dolor que nos causaría en la cercanía.
Me fascinan los fuegos artificiales. Por su belleza inesperada, por que por un instante hacen sombra a las estrellas, porque con su brutalidad conectan con las visceras al tiempo que emocionan con sus estallidos de color. Cada carcasa contiene una promesa que explota en el cielo y parece regar la tierra con sueños e ilusión. Cada palmera dorada parece el sereno abrazo lloroso de emoción, quizás un amor incondicional, un lugar al que llegar. Cada figura es una golosina para un niño que nunca antes creyó que se pudiese dibujar en el cielo, y un guiño a su sonrisa asombrada.
Y el final desmedido es la imagen de que esta vida merece la pena aunque solo sea por esos momentos en los que los sentimientos son tan apabullantes que parece que nos vayan a estallar en el pecho llenando el mundo de cosas hermosas. Con una traca estruendosa que hace que por un instante vuelva a amanecer en plena noche para recordarnos que somos una breve chispa en la historia, una gota en el océano, y que no hay nada eterno, ni dolor, ni placer, ni promesa, pero que siempre podemos elegir que castillo queremos hacer con nuestros fuegos artificiales.
Ahora se puede decir que ha empezado el verano. Mi verano menos verano de todos.
PD: Si hay suerte y sale alguna foto buena ya la colgaré ;-)
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