jueves, julio 14, 2005

El viaje de la Luna


Me gusta la Luna. No solo porque haya pasado mucho tiempo de mi vida en ella, ni porque me recuerde a nada en especial. Simplemente es un milagro que se pasea por el cielo cada noche, un misterio que me tiene fascinado, como tantos otros. Nunca se cae, nunca se aburre, viene y se va, y siempre acaba volviendo. Es sincera a pesar de ocultar algo, y no dice ya nada que no sepamos, aunque sigue siendo tan mágica como la primera noche.
Anoche me encontré con esta Luna incendiada sobre las chimeneas de la petroquímica. Ya veis que vistas tengo desde casa. La verdad es que siempre me han gustado las luces de la petroquímica iluminando la noche, como si fuese un barco varado, un trasatlántico esperando la marea alta para hacerse a la mar. A veces he llegado a pensar que parece una fábrica de sueños porque de día parece dormida y de noche despierta silenciosa a toda máquina, y no se me ocurre que otra cosa se puede fabricar a esas horas que no sean sueños.
El caso es que anoche esta Luna estaba preciosa y acabó posándose entre las chimeneas que enrarecen el aire y desdibujan el horizonte con una capa gris, que de noche se vuelve naranja. Realmente fue un espectáculo precioso. Lento, suave, casi imperceptible. Sutil, silencioso, e incluso un tanto dramático. Me habría encantado que lo hubieseis visto. Pero intuyo que la misma Luna actuó ayer en todo el mundo, y que cada cual la vió en escenarios distintos. Espero que la hayais visto y que os haya gustado el espectáculo.
Tengo entendido que esta noche repite la función, por lo que es posible que la podais ver allá donde estéis. Ya me explicareis que es lo que os cuenta a vosotros.

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