Manolo recogió sus bártulos y salió corriendo a la comisaría. No sabía muy bien que iba a decirles pero aquel nudo en la garganta le estaba pidiendo a gritos que lo contase lo antes posible. Así se plantó delante del comisario, nervioso y atolondrado por las prisas, sin resuello para encontrar las palabras.
- Tranquilícese señor Domínguez, no se preocupe, aquí está seguro.
- Gra... gra gracias (sin aire, mientras se peinaba con la mano como tratando de recomponerse. Espera unos instantes)
- Bueno, usted dirá.
- Pues no se como explicárselo. Lo cierto es que todavía me dura el susto en el cuerpo y no se por donde empezar.
- Empiece por el principio, suele ser de ayuda.
- A ver. Estaba yo en la tienda, recogiendo mis bártulos. Acababa de cerrar y ya había bajado la persiana. Estaba solo, bueno, al menos eso creía. Cuando ya estaba cogiendo mis cosas de la mesa e iba a apagar las luces entonces apareció ella. No se por donde entró, ni como llegó allí, pero estaba en medio de la tienda delante mío, de pié, mirándome sin decir nada.
- Entiendo (tomando nota)
- Entonces me saludó. Yo me quedé helado, no me esperaba que estuviese allí, ni ella ni nadie! Pensaba que estaba solo. Me dijo que no podía seguir así, que llevaba demasiado tiempo aguantándolo y que había llegado el momento de que la olvidase. Que no podía estar toda la vida pensando en ella y recordándola a todas horas. Que ella también necesitaba vivir y que yo no le dejaba. Que tenía que ser libre, dejar que fuese libre, que volase lejos, que ambos rehiciésemos nuestras vidas.
- Hummm ,ajá....
- Yo no sabía que decirle. Le pregunté en que me había equivocado, que había hecho mal, que no entendía nada, que necesitaba una explicación. Y ella me decía una y otra vez lo mismo. Que yo no entendía nada, que nunca la había entendido, que era un egoísta y un soñador, pero que ella también tenía sus sueños. Entonces le pregunté qué sueños eran. (Pausa) Le molestó, porque entonces me dijo levantando la voz, como con sollozos, “ves como no entiendes nada!”.
- Ajá...
- Entonces se fue la luz. Menos la del flexo de mi mesa. Fue un instante, aunque me pareció eterno. Y cuando enseguida volvió la luz ella ya no estaba. Ni allí ni en ningún otro sitio. No se por donde salió, ni entró ni nada. No lo entiendo, no lo entiendo. La persiana seguía bajada y no se había movido en todo el tiempo. Además ella no podría levantarla sin hacer ruido. Y la puerta de atrás, por la que iba a salir yo la tenía justo detrás mio y no habría podido pasar nadie sin chocar conmigo. No lo entiendo.
- Hummm, ya veo ya. Entonces le pediré a un par de mis hombres que revisen su local para que encuentren o descubran como ha entrado y salido. Es posible que le hayan hecho un butrón y no se haya enterado. Hay últimamente una banda que...
- No, no, si eso no me importa. Me da igual como ha entrado o salido, me importa un bledo!. Lo que necesito que descubran es quién es ella, porque yo no tengo ni idea.