La felicidad normalmente consiste en cosas pequeñitas, y es difícil de explicar. En esta ocasión venía en camión y consistía en 300 litros de gasoil para la calefacción. Después de un mes en estas tierras al fin tenemos calefacción y realmente nos hacía falta. Durante toda esta semana sorprendentemente no ha llovido ni un día, lo cual hace que de noche las temperaturas bajen hasta los 0ºC que dejan todo cubierto de escarcha.
Como las casas irlandesas están tan bien hechas (carcajadas) podemos decir que el frio se nota, y más si tenemos en cuenta que la humedad reinante en todas partes hace que hasta las sábanas estén frias y acostarte exija un tremendo esfuerzo de voluntad, sólo comparable al de salir de ellas por la mañana cuando el frio te espera fuera con los brazos abiertos.
Digamos que durante estos días hemos llegado a tener la situación de tener más frio dentro de casa que fuera de ella, teniendo que abrir las ventanas para "calentarla".
Pero estábamos hablando de felicidad, como la que cada día me reserva el bocadillo o roll, tan bueno como adictivo, aunque bajo nuestros prejuicios peninsulares resulte poco atractivo (sí, un bocadillo con mayonesa, tomate, queso, maiz, beacon y un ingrediente secreto puede llegar a ser adictivo). La felicidad de una ducha caliente después de estar todo el día helado. La felicidad de una buena taza de té, o de una buena pinta de Guiness en un pub tradicional. Una secadora nueva (ropa seca en un día! Aleluya!!), una canción en el momento apropiado, una foto preciosa, entender una broma en otro idioma, fresas de oferta, yogur de medio litro, cereales con chocolate, soñar tres cosas distintas cada noche, encontrar un calefactor en casa.
Así que mi vida se ha reducido a comer y huir del frio, viva la simplicidad. Entre eso y pasarme Kyoto por el forro de los bolsillos no puedo quejarme, y menos teniendo en cuenta noticias como
esta.