Los aeropuertos me producen cierta desazón. Son lugares que no pertenecen a nadie, pero en los que puedes ver que hay gente que encuentra su propia república perteneciendo a otros. Creo que en pocos sitios se quiere y se ama como en los aeropuertos. Lugares tan frios, asépticos y carentes de humanidad en los que las personas caminan como gotitas de aceite sobre el agua, sin dejar huella, sin mirar, sin estar. Y entonces ves a estas parejas que caminan acaramelados, a su propio ritmo, fundidos en una sola gota. Parecen felices, muy felices, prácticamente alelados.
Personalmente me producen dos sensaciones encontradas, envidia por un lado, por tener un lugar al que pertenecer, y hurticaria por el otro (por la lobotomia que conlleva).
Los que de verdad me gustan son los grupos de familiares que viajan juntos, especialmente cuando incluye varias generaciones. Ahí si que se nota la ilusión compartida por el viaje que se traen entre manos.
Despues de todo, en ocasiones son lugares a los que la gente va para querer dejar de estar ahí lo antes posible. Sólo comparables a hospitales.
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