Lisboa

Podría perderme en una descripción poética y romántica. Podría alabar la tranquilidad de sus calles y su encanto mediterraneo, propio de una pequeña París a orillas del Tajo, o de un Nápoles civilizado. Podría deleitarme en el recuerdo de los pequeños detalles que hacen de Lisboa una ciudad para perderse y quizás para encontrarse. Podría recomendar algunos rincones mágicos donde podríais buscarme si algún día desaparezco en busca de vacaciones.

Pero no, no voy a hacerlo. Porque Lisboa me ha gustado demasiado como para dejarme llevar y delatar a una ciudad que de momento parece que todavía guarda una inocencia virginal que tarde o temprano desaparecerá.

Bueno, os estoy mintiendo. Lisboa no es inocente, ni tan siquiera es virginal, y aparentemente sus rincones han sido todos ya descubiertos. Pero hay un barrio que es un tesoro, atrapado en un tiempo que ya no existe en el resto de Europa. Un lugar del que sólo se es si se nace, donde pasear es maravillarse con la vida que fue y ya sólo es ahí. Un barrio del que no os digo nada porque soy así de egoista y no quiero que se corra la voz de que el tesoro de Lisboa, como el cáliz de Indiana Jones, no es de oro sino de humilde madera.

Ea, he dicho. Que demasiadas pistas he dejado ya.


Quiero volver en Septiembre o en primavera, cuando la luz sea menos dura, y los lisboetas hayan vuelto de su huida. No tiene porque ser este año, pero si alguien se apunta que lo diga.